viernes, 11 de abril de 2008

Acerca de la llama y la antorcha olímpica


La llama olímpica, o fuego olímpico, es uno de los símbolos de los Juegos Olímpicos, y evoca la leyenda de Prometeo, que habría robado el fuego a Zeus para entregarlo a los mortales. Durante la celebración de los Juegos Olímpicos de la antigüedad, en Olimpia, se mantenía encendido un fuego que ardía mientras duraran las competiciones, siendo esta tradición reintroducida en los Juegos Olímpicos de Amsterdam 1928. En los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, se realizó por primera vez una marcha de atletas para transportar una antorcha con la llama, desde las ruinas del templo de Hera en Olimpia, hasta el Estadio Olímpico de Berlín.

En la antigüedad, el fuego era considerado sagrado por muchos pueblos, incluyendo los griegos que tenían una leyenda según la cual el fuego habría sido entregado a los mortales por Prometeo que lo había robado de Zeus. Debido a la importancia del fuego, en muchos templos se mantenían las llamas encendidas permanentemente. Este era el caso, por ejemplo, del templo de Hestia en la ciudad de Olimpia.

Según se sabe, la tradición de mantener un fuego encendido durante los Juegos Olímpicos se remonta a la antigüedad, cuando se efectuaban sacrificios a Zeus. En esas ceremonias, los sacerdotes encendían una antorcha y el atleta que venciera una carrera hasta el lugar donde se encontraban los sacerdotes tendría el privilegio de transportar la antorcha para encender el altar del sacrificio. El fuego era entonces mantenido encendido durante los Juegos como homenaje a Zeus.

Unos meses antes de cada realización de los Juegos Olímpicos (la fecha exacta varía de acuerdo con la duración del recorrido hasta el estadio Olímpico), la llama es encendida en Olimpia, frente a las ruinas del templo de Hera, en una ceremonia que pretende volver a vivir el método usado en la antigüedad y que se destinaba a garantizar la pureza de la llama: actrices que representan sacerdotisas de Hestia colocan una antorcha en la concavidad de un espejo parabólico que concentra los rayos del Sol que, como en la antigüedad, enciende la llama que marcará el inicio de una realización más de los Juegos.

Enseguida, la llama es transferida hacia una urna que es llevada hasta el lugar del antiguo estadio. Ahí la llama se usa para encender la antorcha olímpica, transportada por el atleta que hará el primer recorrido del viaje, y que conducirá la llama a lo largo del recorrido hasta el estadio donde se realicen los Juegos.

Como prevención, unos días antes se enciende una llama, usando el mismo método, que entonces se mantiene encendida para ser usada si el cielo está nublado el día de la ceremonia. Para los Juegos Olímpicos de Invierno el procedimiento es semejante, excepto que el paso de la llama al primer corredor se hace frente al monumento en homenaje a Pierre de Coubertin.

A lo largo del tiempo se mantuvo la tradición de transportar la antorcha Olímpica con una carrera de atletas, pero en ciertas ocasiones se utilizaron medios de transporte especiales, por motivos de necesidad o de espectacularidad.

La llama Olímpica viajó en barco por primera vez para atravesar el Canal de la Mancha en 1948 y viajó en avión cuando fue transportada hacia Helsinki en 1952. Debido a las restrictivas leyes de cuarentena en vigor en Australia, en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956 los eventos de equitación se realizaron separadamente y la antorcha olímpica fue transportada a caballo en su recorrido hasta Estocolmo, donde se realizaron las pruebas ecuestres.

En 1976 se utilizaron medios espectaculares para transportar la llama. El fuego fue transformado en un impulso eléctrico que fue enviado desde Atenas, vía satélite, hasta Canadá, donde fue reencendido por un rayo láser. En 2000 la antorcha fue transportada bajo el agua por buceadores cerca de la Gran Barrera de Coral. Otros medios de transporte fuera de común incluyeron la utilización de canoas, camellos y el avión supersónico Concorde.

El encendido de la llama en el estadio

Es ya tradicional que el encendido de la llama durante la ceremonia de apertura de los Juegos sea efectuado de forma original y espectacular. En los Juegos de Barcelona 1992, el arquero paralímpico Antonio Rebollo disparó una flecha incendiaria hacia el pebetero, desde el lado opuesto del estadio. Dos años más tarde, en Lillehammer 1994, la antorcha Olímpica entró en el estadio transportada por un saltador de esquí.

Pero no siempre todo marcha bien. En los Juegos de Sydney 2000, el mecanismo que transportaba el pebetero con la llama se paró, quedándose parado cerca de tres minutos, después de lo cual continuó su subida hasta a la torre.

Con el tiempo se hizo también tradición que el último de los corredores que transportara la antorcha fuera un atleta o ex atleta famoso. El primero de ellos fue el campeón Olímpico Paavo Nurmi en 1952. Más recientemente, entre esos famosos "finalizadores" del recorrido de la antorcha, se incluyen el jugador francés de fútbol, Michel Platini (1992) y el campeón de pesos pesados de boxeo, Muhammad Ali (1996).

La primera mujer en encender el pebetero fue Enriqueta Basilio en las Juegos Olímpicos de México 1968.

En otras ocasiones, las personas que encienden la llama en el estadio no son famosas pero aún así representan los ideales olímpicos. El corredor japonés Yoshinori Sakai nació en Hiroshima el 6 de agosto de 1945, el día en que la bomba nuclear destruyó aquella ciudad. Él simbolizó el renacimiento de Japón después de la II Guerra Mundial, cuando encendió la llama en los Juegos de Tokio en 1964. En los Juegos de Montreal, en 1976, dos adolescentes, una de la parte francófona y otra de la parte anglósajona de Canadá, simbolizaron la unión del país.

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