viernes, 18 de abril de 2008

Una muy interesante nota sobre el transporte en las grandes ciudades por Ignacio Escribano (en Igooh)



¡Hola!

Hacía rato que quería escribir sobre la importancia del uso de bicicletas en las grandes ciudades del mundo, como por ejemplo “Buenos Aires”, donde no sólo el aire enviciado, sino también el concierto del ruido de motores (colectivos, motos de delivery, etcétera), y hasta el congestionamiento del tránsito, hace rato que llegaron a límites asfixiantes.

Por algún motivo venía postergando el tema hasta que días atrás encontré, en Mirá! -el excelente blog de Julián Gallo-, un título que me cautivó de inmediato: Velib: la bicicleta del pueblo.

La nota en cuestión, firmada por Arturo Chomyszyn, comienza contando la tortura en que se transforma andar por Paris, al igual que en tantas urbes, durante y después de las horas pico.

“Un recorrido que normalmente dura unos 20 a 30 minutos puede convertirse en un calvario motorizado de 3 horas. El último subte pasa a la una y media de la mañana, y luego sólo queda una opción: los improbables buses nocturnos (uno cada 40 minutos por puntos estratégicos de la ciudad)”, escribe el autor del texto. Y luego agrega: “Hasta que en 2007 llegó el Velib. Velib es la contracción de las palabras «bicicleta» y «libertad», y es el nombre que lleva el nuevo mobiliario urbano que estrena París”.

¿De qué se trata todo esto? Básicamente, Velib son estaciones de alquiler de bicicletas en modalidad “autoservicio”, en las cuales, por medio de un «totem» electrónico y con sólo una tarjeta de crédito (o un abono anual), se puede liberar una de esos rodados.
El método está diseñado para que los usuarios realicen viajes cortos y estacionen las bicicletas alquiladas en las estaciones más cercanas a su destino.
Los más rentables son los recorridos de hasta 20 minutos.

Las estaciones Velib crecen a paso redoblado en las calles parisinas y se calcula que para el segundo trimestre de este año habrá casi 1500 puestos de alquiler, algo más de 20 mil bicicletas y unos 36 mil mini totems repartidos por toda la ciudad.
Entusiasmados con la movida, los parisinos piden más sendas para bicicletas en su ciudad.

Desde este pequeño espacio podemos promover actividades relacionadas con el uso de bicicletas como transporte público, así como también publicar notas relacionadas para generar conciencia sobre el tema.

En Buenos Aires, la ciudad donde vivo y respiro, se necesitan muchísimos más carriles exclusivos y sendas para bicicletas, más estaciones seguras donde poder dejarlas, más respeto por los ciclistas por parte de los automovilistas y, especialmente, más conciencia sobre las bondades que nos ofrece este noble medio de transporte, que es rápido, ágil, divertido, hace bien a la salud, no contamina el medio ambiente, es económico…

“Queremos cambiar, pero no somos locos. Las cosas que usted propone van contra las industrias del automóvil y del petróleo. Y no podemos hacerlo”.

Tales palabras de rechazo y honestidad brutal fueron las que le respondió Jacques Attali, consejero del entonces presidente francés François Mitterrand, al ingeniero argentino Pedro Kanof -un exiliado político de los setenta que se doctoró en Italia-, cuando en 1989 le presentó la idea de aplicar en París su sistema de transporte urbano similar al de las estaciones Velib. En la nota Una, cientos, miles de bicicletas, publicada en Página12, Kanof advierte que si en Buenos Aires se aplicara la misma idea que en Francia sería un fracaso total, “porque veinte mil bicicletas en la ciudad no cambian nada. Hay que poner cientos de miles y dejar de pensar en el dinero como objetivo”.

Hace unos años, en plena crisis económica y social, viajé a Carlos Paz para entrevistar a un payaso de origen humilde a más no poder, que venía cobrando más y más fama haciendo reír, cantar y bailar como nadie a grandes y chicos. Era un tal Piñón Fijo, y por aquel entonces era conocido sólo en Córdoba.

Conversamos a orillas del lago San Roque, después de su función. Recuerdo que en un momento del diálogo, seriamente y a cara lavada, me confesó: “Me bauticé así por las bicicletas de piñón fijo, en las que siempre hay que pedalear para adelante, sin aflojar, porque en cuanto le das para atrás, la rueda se traba”.

Los cambios suelen ser lentos, es cierto, pero las palabras del payaso no son en lo más mínimo desdeñables.

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